Recuerdos Sobre la Familia Hudtwalcker

De Mathilde Lutteroth

Cuando era niña, vivía en invierno a menudo con mis padres y hermanos en casa de mi abuelo Ascan Lutteroth, en Neues Wandrahm 6, donde hoy está el canal de aduanas y antes estaban unas hermosas casas patricias. Justo al lado de la casa de escaleras altas vivían entonces “los Hudtwalcker”. Las hijas fueron amigas de mis tías Lutteroth desde niñas.

Memories Old Miss

Alrededor del año 1866, vivía la anciana señora Hudtwalcker (Fiedler de soltera) en una casa de jardín en Harvestehude donde hoy está el gran edificio de pisos en la de esquina Mittelweg y Ragbenstrasse. En aquellos años se veía a la anciana con su gorrito puntiagudo con cintas. Vivía con su hija Amanda y su hijo Heinrich. Era una personalidad muy conocida en Hamburgo por sus numerosas y positivas cualidades, pero lo era probablemente más porque estaba muy adelantada para su época. Le encantaban las nuevas curas de baños y fue la primera ciudadana de Hamburgo que se interesó por los baños de aire. Fue toda una sensación cuando se hizo instalar un baño de aire en el tejado de su casa en la Theaterstrasse, compuesto por una carpa cuadrada revestida con una tela de lino abierta por arriba. Aquí tomaba sus baños de aire y por aquel entonces era todo un escándalo.

En 1868 se reunían el joven, soltero y de casi 40 años, Heinrich Hudtwalcker y Arthur Lutteroth, de 22 años, en la estación de Lübeck casi todas las vísperas de domingo. Ambos con un destino:Hudtwalcker quería estudiar la bella arquitectura de Lübeck;Lutteroch, por el contrario, se deleitaba hablando, en pleno invierno, de los encantos de la vida del campo en la propiedad de su tío en Klinken, cerca de Oldesloe. Tras numerosos viajes juntos, salió a la luz la verdadera razón: Anna Petit vivía en Lübeck y Mathilde Lutteroth en Klinken.

Más tarde ambas partes, los Hudtwalcker y los Lutteroth, se volverían a encontrar varias veces en Hamburgo en el bonito barrio de Hervestehude. Las hijas de los dos matrimonios irían después a la misma escuela, la del Dr. Bulau, en la Heimhuderstrasse. Hedwig Hudtwalcker era muy amiga de Elsa Lutteroth, y esta última pasó muy buenos momentos en la casa de los Hudtwalcker en la Johnsallee 28, donde siempre era bienvenida.

Memories Heinrich Hudtwalcker

Heinrich Hudtwalcker era –como muchos de su linaje– un idealista y entusiasta en numerosos aspectos, casi se podría decir que era apasionado. A menudo deleitaba a sus invitados cantando con su preciosa voz. También le interesaba el arte y, aun así, era un empresario trabajador y con éxito en sus negocios de aceite de hígado de bacalao en el norte.

Durante un invierno estuvimos todos abonados al Stadttheater. Cuando volvíamos de regreso a casa con ellos por la “Gänsewiese” (Campo de los gansos) (Moorweide), solía estar tan emocionado por la ópera que acaba de escuchar que a menudo se paraba en silencio. Decía que en la Gänsewiese sentía siempre la redondez de la tierra, como si estuviera arriba del todo y la curva comenzase en las avenidas.

También sentía gran pasión por su jardín, lleno de rosas. Pero la gran pasión de su vida fue siempre su mujer, a la que le unía un amor romántico y sincero que no cambió con los años. Su mujer fue siempre una buena compañera, de una serenidad y amabilidad radiante y una juventud perenne. Tanto que cuando murió a los cincuenta años, aparentaba treinta. Sabía cómo ser una buena anfitriona y fue la mejor madre para sus hijos. Era de una fe religiosa poco frecuente y cuando murió su hijo Karl Hudtwalcker de nueve años (por aquél entonces su único hijo), fui a visitarla en Navidad porque me podía imaginar lo mal que lo estaba pasando. Para mi sorpresa, me llevó hacia la sala donde estaban decorados como siempre, el gran árbol de Navidad y muchas mesas. Había hecho un túmulo bajo el abeto decorado en verde, con una cruz y flores en memoria de Karl. Me dejó muy impresionada, ella estaba muy tranquila y me dijo que no se podía desear que Karl volviese; en el cielo tenía una vida mucho más bonita. ¡Se lo merecía!

Siempre intentaba aprender algo nuevo. Durante mucho tiempo, por la tarde se leía en francés, por ejemplo Corinne y otras obras anticuadas, una vez a la semana y en la bonita veranda de su casa. Además de mi persona, también estaba la señora Mathilde Mönckeberg (que más tarde sería esposa del alcalde), la señora Emden, de soltera Rücker, y Thora Hertz.

Entre las muchas tendencias idealistas que había en la casa, también surgieron ideas muy originales. A Heinrich Hudtwalcker le gustaba levantarse temprano y no tardó en ocurrírsele pasar la escoba personalmente y ordenar, a primera hora de la mañana, el sótano donde se guardaba el carbón. Yo pude ver con mis propios ojos ese lugar que cuidaba todos los días y en el que había un pasillo escrupulosamente limpio y que separaba el carbón, la madera y la turba.

Memories Anna Petit O

Los padres querían a sus hijos por igual, pero creo que Sophie siempre fue la favorita de su madre. Ésta me dijo en una ocasión con ojos radiantes: “¡La pequeñaSophie es un regalo del cielo!”. Una forma inusual de hablar para una madre. La verdad es que era una niña encantadora, la más parecida a su madre, alta y de cabellos de un color rubio oscuro, además de la tercera hija de Anna. Sophiesolamente preocupó a sus padres una vez. Tuvo una suerte de parálisis en un brazo (¿intoxicación de la sangre?), por lo que estuvieron muy angustiados. Se llamó al famoso profesor Esmarch de Kiel y éste mencionó que habría que amputar el brazo. Por suerte no fue necesario, el brazo se curó totalmente.

En una ocasión, los Hudtwalcker nos invitaron a una cena de gala. Sophie estaba espléndida con un vestido blanco, ya que después pensaba ir a un baile a casa del Dr. Goverts en la Heimhuderstrasse. Entre los invitados a la cena estaba también el joven rubio y apuesto Gustav Albrecht, que años después se casaría con Sophie. Sin embargo, éste no estaba invitado al baile. Recuerdo por casualidad que mi hermano, el Dr. Alexander Lutteroth, bailó la primera pieza de este baile con Sophie. Por aquel entonces, esto era señal de un gran afecto.

Cuando mejor se portó Sophie fue en 1892, durante el período del cólera. Su madre Anna me vino a visitar un día a la que era entonces nuestra pequeña casa de Fontenay. Estaba guapa y exuberante, con un sombrero con una corona de rosas de color rosa y era imposible pensar que moriría víctima del cólera en pocos días. Me comentó con pesar que su marido estaba tan preocupado por el cólera que necesitaba con urgencia algún tipo de distracción y nos invitó a cenar a su casa esa misma noche. Ella no estaba nada preocupada y se encontraba muy bien. Entonces enfermó de repente. Los niños se fueron de la casa, sólo se quedaron con ella su marido y Sophie, que la ayudó y cuidó hasta el último momento de forma muy valiente y estuvo con ella cuando la muerte cerró aquellos ojos radiantes para siempre. Más tarde se comentó que la familia había comido peras crudas del peral del jardín trasero. Fue un golpe muy duro para la familia y los numerosos amigos.

Más tarde sucumbiría Heinrich Hudtwalcker a la melancolía por temporadas, pero se recuperó tras un tiempo y mantuvo la alegría de vivir durante años, disfrutó de sus hijos, su casa y especialmente del club de amigos que le rodeaba, al que nosotros no pertenecíamos. Se preocupaba con frecuencia de su situación económica, cosa que no era necesaria. Se agradecían sus ganas de vivir, pese a todo, hasta que le llegó la muerte de repente cuando estaba sentado en un coche delante de su oficina. El club: primero fueron Hudtwalcker, Hertz, Emden, Hohann Mestern. Más tarde se unieron Nottebohm, Friedrich Bauer, Rudolf Crasemann y Alfred Edye. Cuando pienso en la casa de los Hudtwalcker, me acuerdo siempre con mucho cariño de las tres hermanas de Heinrich Hudtwalcker.

Amanda Hudtwalcker estaba muy apegada a la casa y a los niños. Era muy inteligente y tremendamente trabajadora, pero algunas veces resultaba algo áspera o cortante. Tengo que decir que nunca fue así conmigo, siempre fue muy complaciente con nosotros, e incluso se encargaba de nuestros hijos en tiempos difíciles y sabía que no estarían en ningún sitio mejor cuidados que en casa de “la tía Mande”. Thora Mutzenbecher, de soltera Hudtwalcker, era una mujer activa y amable, no tan entusiasta como sus hermanas, pero sí la más hermosa de todas. Se convirtió en la madre de todo un tropel de nietos. (Mutzenbecher, en América, 12 nietos; Schüter 5, Hertz 8)

Thusnelda Goverts, de soltera Hudtwalcker, fue querida y admirada en todo Hamburgo. Regentaba una casa muy intelectual y de una hospitalidad sin igual en Hamburgo. Su vida fue descrita por la señorita Thusnelda Kunhardt en un manuscrito que está en posesión del Director de la Audiencia Provincial, Dr. Goverts.

Una sorpresa agradable

Los Hudtwalcker estaban durmiendo profundamente cuando se despertaron al oír unos ruidos extraños en el sótano.La señora Hudtwalcker bajo sin saber que iba a recibir una sorpresa. En la puerta de la habitación de la muchacha se encontró con una señora mayor que le dijo: “Señora Hudtwalcker venga a dar la enhorabuena, ha nacido un niño hermoso”. A continuación, esta señora “sabia” la guió hasta la cama (creo recordar que se trataba de la cama de la cocinera), donde el bebé descansaba en los brazos de su madre. Delante de ellos, sentado en una silla, estaba el feliz padre, que resultó ser un cochero y que siguió sentado tranquilamente. Tras recuperarse de la inesperada sorpresa, se vio el gran corazón de los señores. Apadrinaron al muchachito y los padres se convirtieron en un matrimonio por el que los señores hicieron mucho. La señora Hudtwalcker siempre contaba los hechos de esa noche de susto con mucho humor.

En recuerdo de una vieja tradición familiar, en casa de los Hudtwalcker había todos los días dos grandes fuentes de cristal en la mesa con fruta fresca y frutos tropicales, además de naranjas e higos, dátiles, almendras, uvas pasas, etc. en invierno.

Una nueva generación de Hudtwalcker

Memories Sigrid

Cultivamos durante muchos años la amistad de la hija noruega acogida por el matrimonio Goverts-Hudtwalcker, Emerly Langberg, y la invitamos a que se hospedase en nuestra casa de Johnsallee 24. Se trajo una de sus tres sobrinas, Sigrid Holm, hija del conocido pastor noruego Holm-Langberg. Como iba diciendo, las invitamos a nuestra casa y tuvimos el placer de disfrutar de su compañía durante unos meses, hasta que decidieron aceptar la invitación de la señora N. Köhnemann y después la de Adolf Woermann. Sigrid Holm era entonces una muchacha encantadora y muy hermosa, por lo que me pareció muy natural que, entre otros jóvenes, Heinrich Karl Hudtwalcker la cortejase. Ni la señorita Langberg ni yo pensábamos que fuese nada serio hasta que las dos damas regresaron a Noruega. Según creo recordar, Heinrich Hudtwalcker fue al puerto a despedirse y en ese momento se prometieron, para sorpresa de la tía Langberg y de todos los parientes del muchacho en Hamburgo. Sus padres habían muerto y ya trabajaba en la empresa de su padre.

La apariencia exterior

El libro de los linajes, tomo 19, muestra que los Hudtwalcker tenían unos rostros nórdicos, finos e inteligentes. De las mujeres que se habían casado con ellos se podría decir que eran bonitas. Es posible que la única de apariencia menos agraciada fuese la señora Hudtwalcker, de soltera Fiedler, pero ésta, muy admirada y francamente genial, aportaba a la familia una gran fuerza intelectual.

La autora de estas memorias – Mathilde Lutteroth, de soltera Lutteroch– escribió en 1902 sobre “El linaje de los Lutteroth”. Fue presidenta de la guardería para niñas de Neustädterstrasse, y de 1904 a 1908 fue presidenta de la unión de guarderías para niñas de Hamburgo. Su marido (y también primo) Arthur Lutteroth aprendió el oficio de comerciante y pasó a formar parte de la empresa paterna “Lutteroth & Comp.” en 1867. Fue miembro de la Cámara de Diputados y de las diputaciones de comercio y navegación. El matrimonio tuvo cuatro hijos, uno de ellos fue el Dr. Ascan Lutteroth (*1874), juez provincial de Hamburgo. Como presidente de la Asociación de Historia de Familia, Sigilografía y Heráldica de Hamburgo, redactó el Libro de los linajes de Hamburgo.

Escrito por: Mathilde Lutteroth.
Traducido por Noricon AS, Oslo, Noruega
Publicado 2006.

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